La llegada de este nuevo, y verdaderamente único, cisne negro (Covid-19) configuran un nuevo mundo que ya no será el mismo que antes. En ese nuevo contexto, la Argentina deberá sortear problemas estructurales que no son nuevos.
La Revolución Industrial fue un proceso de transformación e inflexión económica, social y tecnológica que comenzó en el siglo XVIII y ha influenciado todos los aspectos de la vida cotidiana de una u otra manera y, con el posterior avance del capitalismo y la globalización, dio por tierra toda teoría Malthusiana existente.
Este proceso generó que un conjunto de acciones y transacciones se activara de manera compleja hasta nuestros días. Pretender de que dicho proceso se detenga sin consecuencias importantes sería muy poco realista.
Los modelos matemáticos dantescos de Neil Ferguson, del Imperial College of London, hicieron que el mundo entrara en pánico y se detuviera.
Un enfoque netamente epidemiológico, impulsó no sólo una caída más que pronunciada de la mayor parte de los indicadores de la economía sino que también trajo consigo efectos sociales y psicológicos.
La crisis no posee precedentes. Reino Unido estima una crisis más profunda que la vivida en el crack del 30 y mayor a la de la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos, por sólo citar un caso, hoy tiene una tasa de desempleo del 20% (33 millones de desocupados en una población activa de 164 millones).
Mayor a la crisis de las subprime en el año 2008, donde el desempleo llegó sólo al 10%. Y las consecuencias van más de lo económico ya que, por ejemplo y, por sólo mencionar una arista de los problemas sociales desencadenados, los EE.UU. están registrado altos niveles de recaídas en ex adictos, producto del confinamiento. Los datos son históricos e impresionantes desde donde se los mire.
En el medio de este nuevo mundo, la Argentina ya venía arrastrando los desafíos de siempre. Aunque también es cierto que esta crisis nos golpea, y fuertemente, al depender, como siempre, del sector externo.
Una emisión fortísima (en los primeros tres meses del año llegó a ser aproximadamente el 80% de lo que se emitió en 2019) al no estar inmersos en el mundo y no conseguir más financiamiento, nos lleva a la eterna disyuntiva sobre cómo financiar el déficit fiscal, pero no sobre como disminuirlo.
Tener un Estado que sea eficiente y que gaste bien, por un lado, y que sea mínimamente financiable, por otro lado, no debería ser un planteo «ortodoxo».
Asimismo, hoy vemos un mercado de bonos con tendencia alcista. Algo que sólo en un mundo con tantas dificultades podría haber ocurrido. El mercado perece ver con buenos ojos la posibilidad de que la Argentina llegue a un acuerdo aunque con una negociación intermedia a la propuesta original (62% de quita, US$ 3.600 millones -5,4% del stock- e intereses por US$ 37.000 millones, y tres años de gracia).
Por otra parte, se han dado a conocer los datos de la inflación del mes de abril que marcó 1,5%. Aunque es menor que la de marzo (3,3%), se debe leer entrelineas dada la situación actual y la metodología en la recolección de datos (muchas transacciones habituales no se están dando y no hay precios disponibles).
No obstante esto, las expectativas de inflación para este año han aumentado en más de 4 puntos en el último mes, según el BCRA.
Con esto, si miramos los fundamentals de nuestra economía, el panorama no es muy alentador ya que, además para cubrir el déficit fiscal hay una presión marcada sobre el tipo de cambio que generó una distorsión cercana al 90% aproximadamente entre la cotización oficial y las alternativas.
El mundo, cada vez más intrincado, necesita dirigentes con una visión holística que contemplen diferentes enfoques ante cualquier tipo de problemática. Nuestro país, para que salga fortalecido y creciendo de verdad desde lo económico y social, debería indagar en las causas profundas de su postergación (que no son nuevas), más allá del contexto actual y sin excusarse en el mismo.
Por Federico Pablo Vacalebre, Profesor de UCEMA y master en Economía de la UCA.